© 2005 - 2008 Per Contra: The International Journal of the Arts, Literature and Ideas.
Al irme a estudiar a Quito
me llevé a mi tierra en las maletas
como quien guarda hojas de eucalipto entre las ropa
para que le recuerden la f rescura del bosque.
En Quito seguimos viviendo y bebiendo como lojanos
por eso me hice tan amigo del padre de la niña rubia
que vivía frente al salón donde comíamos
y donde los sábados corría como un río la Vienner-Sport
cerveza de carpintero como decían los quiteños
pero la única al alcance de nuestra espantosa sed y escuálidos bolsillos
tan amigo del padre
que la niña dorada no me quiso
y fue una bella más al pozo de los deseos naufragados
un poco más de leña para que mi corazún se temple al fuego.
Fue por ahí que cometí por la primera vez y la última
la traición de abrir una carta ajena en honor de un amigo
peor para él la carta confirmó sus temores
empezó a caminar el corazón por el cuarto de espejos de la vida
a aprender que los laberintos no sóto están en la cabeza
ni que en todos acecha el Minotauro
intuimos aún más
que la confusión persistirá
y que es mejor no adentrarse en la oscuridad si no se tiene
por lo menos la luz de una pequeña lámpara
y lo más cruel que el otro puede ser inocente
el poeta Fredi en todo caso debía serlo /todos los poetas lo son/
además que su musculatura no invitaba a violentas aclaraciones
y que las cosas del amor se sufren o se gozan pero no se reclaman.
Cuando me vine a Guayaquil en cambio
ya de abogado
dejé Granada
me despedí con un largo lamento alcohólico de varios días
en que bebí con generaciones sucesivas
probando al juego de la mano a los guerreros más jóvenes
pulsando la guitarra con los viejos
filosofando
poetizando
verdaderamente demorándome en el umbral de la salida
a la hora de los abrazos.
Cuando me vine a Guayaquil ya todo estaba escrito.
Perdí Granada.